
Me parecía increíble poder estar junto a ti de nuevo. Mientras me acercaba a ti el corazón me golpeaba fuertemente la camisa como si quisiera salir corriendo hacia ti. Y ahí estabas tu, junto a tu coche, esperándome de espaladas. Al acercarme te volviste y pude ver tus ojos mirándome frente a frente. Te acercase y me dijiste: te he echado de menos, y me abrazaste. En ese momento el universo entero se detuvo y todo se quedó quieto. Sólo se movían tu corazón y el mío. Nuestro mundo volvía a tener color, ese lugar maravilloso donde habíamos empezado a construir nuestra casa encantada volvía a tener vida. Nos miramos y todo volvió a ser como antes, nada había cambiado, el tiempo no había pasado y nosotros éramos los mismos. Tus ojos me decían que me amaban, esos que nunca mienten y que tantas noches soñé con ellos, ahora volvían a ser míos y sólo míos. Me costaba respirar, pero sentía como una lluvia de gotas frescas golpeando mi alma ilusionándome de nuevo con tu mirada, con tu boca, con tu sonrisa, con tu voz, con tu carisma. Ya nada me hacía débil, ¡al contrario! era la persona más fuerte del planeta, nada ni nadie podían ahora detenerme. Me agarraste la mano con fuerza y dijiste: ya te tengo, y yo pensé para mis adentros: siempre me has tenido. Pero ahora era cierto, una lágrima quería protagonizar tan ansiado momento pero la obligué a retroceder y a esconderse detrás del telón. Me había vuelto fuerte y no podía llorar, aunque esa lágrima hubiese simbolizado o representado todo lo que anhelaba hasta ese momento: TU. No necesitaba a nadie más, mis sueño se había cumplido: tu y yo estábamos juntos y el universo giraba a nuestro alrededor.
Abrí los ojos, giré la cabeza y vi la cama vacía. Todo había sido un sueño. Mi alma volvía a estar empapada de amargas gotas de lluvia y mis ojos volvían a estar tristes sin el reflejo de los tuyos. En ese momento sólo pude comprender una cosa y es que sin ti no entiendo el despertar. Pero durante esa noche fui feliz, tus ojos me hicieron feliz. Ahora sólo quiero dormir.