
De frente en la mesa en la que todos comen, dos miradas se cruzan. A simple vista, a ojos de los demás, solamente es un cruce de miradas sin mayor intención, pura casualidad que ha hecho que dos pares de ojos crucen sus colores y sus visiones sin más. Pero al unir las dos visiones, al clavarse unos ojos en otros ambos comprenden que no es pura casualidad, y que las miradas pueden hablar, gritar aunque todo esté en silencio, y recoger sentimientos que el corazón manda a través de ellos. Los dos se entienden, saben que no mienten a través de sus miradas aunque sus públicas vidas confirmen lo contrario, pero ha de ser así. Sólo en la vacía atmósfera de miradas ajenas dan rienda suelta a sus sentimientos más puros, a sus deseos incontratables, esperando a ser libres ante una soledad compartida por los dos.
La cena transcurre con normalidad: risas, conversaciones banales, alcohol, humo de cigarrillos... lo típico entre amigos y gente que se sienten a gusto entre ellos, unidos por el lazo del amor, la amistad y el cariño, sin embargo lo que ninguno sabe es que hay dos corazones en esa mesa se aman con un amor distinto, con un amor apasionado, romántico y libre en los momentos buscados para amarse, pero temerosos a la vez de que un simple descuido, proveniente tal vez del efecto traidor del alcohol ponga en evidencia ese amor escondido que ambos alimentan a través de sus miradas en aquella cena entre amigos. Pero no les importa verse a escondidas porque saben que su amor es verdadero y que en esos momentos su felicidad es tan grande que suple todo el tiempo fingido. Un brindis final, _¡ Por nosotros! dice alguien; y dos miradas vuelven a cruzarse, y a decirse en silencio todo lo que ambos ya conocen.