martes, 11 de agosto de 2009

Por nosotros


La cocina estaba vacía, nadie pululaba por allí y eso que era la hora del almuerzo, el momento en el que más trajín había en dicha habitación. Sólo se encontraba allí Aurora fregando unas bandejas para el postre cuando entró Miguel. Iba buscando a los camareros para que se diesen prisa en servir el postre. Pero en aquel momento ya no le importó el tiempo, su reloj se detuvo y su corazón empezó a latir con más fuerza. Fue pronunciar su nombre y Aurora se estremeció. Se dio la vuelta, con las manos aún mojadas y con espuma. Se miraron a los ojos y todo quedó dicho. Miguel se acercó y la acarició la mejilla, ella volvió la cara pero su corazón era incapaz de cerrar su puerta, era incapaz de volver su alma. Aquello no estaba bien, pero sus labios necesitaban el sabor de los labios de aquel hombre. Ese hombre que la hacía perder el sueño cada noche, ese hombre que la inundaba de paz y de felicidad, ese hombre con el que no existía el tiempo ni el dinero. Pero aquello no estaba bien. Aurora llevaba toda la vida trabajando en esa casa, desde pequeña, había crecido con Asunción, su rival, su amiga y confidente, la hija de la Señora y también la esposa del hombre por el que sería capaz de matar. Debía de terminar, sus principios y su moral la decía que parase aquel juego incesante, pero su corazón la obligaba a no poder detenerse, no podía dejar de abrazar y besar a Miguel en cualquier instante en el que podían. Pero tenía que ser así, ella no podía gritar su amor por aquel hombre que la idolatraba, y él tampoco podía hacerlo porque había consagrado su vida a otra mujer, pero su alma era libre para estar con Aurora. Así tendría que ser por siempre, para el resto de sus días. Podían vivir su amor pero en las tinieblas, escondidos de la gente y del mundo entero. Pero no les importaba, se amaban y podían verse a menudo para abrazarse, besarse y amarse en silencio. Un amor prohibido pero sano, con el inconveniente de estar destinado a no vivir, pero ellos lucharían para que esto no ocurriese. Los dos se amaban y eso era suficiente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los amores imposibles, esos si que duelen, esos son los que se quedan en lo profundo del alma, de donde es dificil sacarlos.


Saludos

un-angel dijo...

El amor siempre es suficiente. No lo es cuando lo das por descontado, pero cuando lo encuentras después de mucho tiempo,es más que suficiente. Es lo único.

Y bueno, ahora siento que dejas de hablarnos de ti para dejar hablar a tu instinto creador...bien, es un reto para ti, ahora deberás justificarte nada más con tu voz y tus palabras, hacernos creer y hacernos sentir...

...yo te acompañaré en este viaje,¿vale?...

Como siempre, un abrazo.

La Duda

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