Esa noche no podrá nadie borrarla de mi mente. Los dos sentados en la playa, frente al mar, con la luna de testigo. Hablamos, nos reímos, tonteamos. Y tu decidiste que nos diéramos un chapuzón. A mí me da miedo el agua, pero tu me animaste, o más bien me obligaste, pero no me importaba porque estabas tu. Nos bañamos en la orilla, desnudos, volvimos a tontear, me empujaste, te empujé, me hiciste una aguadilla, nos pusimos en pié y caímos. Yo debajo, tu a mi lado con el brazo por mis hombros. Nos miramos. Una mirada larga de esas que no quieres que se acaben nunca. De esas en las que el universo se detiene y sólo funcionan nuestros ojos. De esas en las que no te importa nada más que lo que estás viendo en frente. Me besaste, muy despacio. Tus labios a penas rozaron los míos, pero fue suficiente para que todas mis células nerviosas se colapsaran queriendo salir a la superficie de mi piel. Después te besé yo. Y tu respondiste besándome más fuerte. Mi corazón estaba al borde de la parada cardíaca cuando te levantaste y fuiste a sentarte a la arena. Yo llegué a tu lado y te dije ¿qué pasa? lo siento me dijiste, no se lo que me ha pasado. Y en ese instante supe lo que había pasado. Lo que tanto tiempo llevaba esperando, y tu también aunque después te arrepintieras. Olvida lo que ha pasado dijiste. Y yo te dije que eso era imposible y que si habías hecho eso era por algo. Estábamos borrachos, pero no tanto como para hacer cosas que no quieres. Yo te dije: si te apetece besarme o abrazarme hazlo y arrepientete mañana, o el resto de tu vida, pero no hoy. Hoy detiene a tu conciencia y deja libre a tu corazón, ya mandará ella otro día. Y así fue.
2 comentarios:
Me ha encantado cómo has sabido plasmarlo en texto y a la vez dejar atrás las palabras para descubrir sensaciones. Y muy buen consejo, por cierto. Mua.
Que maravilloso cuando se dejan las cosas en manos del corazón y lejos del alcance de la cabeza...
Precioso.
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