martes, 26 de mayo de 2009

El hombre y la mujer dragón


En un lugar muy lejano, una noche en la que el frío se podía cortar con un cuchillo, un hombre y una mujer dragón salieron a pasear. Ella buscaba las estrellas, pero esa noche era imposible encontrar alguna de ellas ya que todo el cielo estaba cubierto, pero ella seguía y seguía mirando al cielo por si a caso. En cambio él, iba con la cabeza agachada mirando el asfalta y los cantitos y chinitas que se encontraba por el camino. Ella acababa de llegar a hacia poco tiempo a ese lugar pero con la bruma y la neblina que había esa noche le recordaba a su antigua ciudad, de allá lejos de donde venía. El hombre dragón en cambio, llevaba ya mucho tiempo en aquella ciudad tranquila. La mujer dragón vio un banco de esos que se llaman encontrados, donde uno puede mirarse enfrente del otro, de esos que sirvan para mirar y para pensar, entremedias de un árbol llorón y de la luz de una farola; y se sentó a mirar el cielo.
El hombre dragón seguía con su cabeza agachada mirando el asfalto directo a su banco encontrado en el que se solía sentar la noche de los martes y los jueves. De repente justo en el momento de sentarse alzó la vista y vio a aquella mujer dragón invadiendo su banco, y él se giró para no mirarla. Ella sólo pudo verle la nuca, pero eso fue suficiente para enamorarse de él, una simple nuca pero se había enamorado. La mujer dragón le dijo: ¿Has visto las estrellas en el suelo? Él amargamente le contestó diciendo: Sólo son unos cristales rotos que con la luz de la farola destellan y brillan. Ella, intentado ser amable volvió a decir: ¿Has visto los gorriones que duermen arriba en el árbol? Pero él nuevamente volvió a ser cortante y desagradable y dijo: ¡Esos no traen nada más que bichos! Y de una palmada espantó a todos los gorriones menos a uno, que se quedó observando aquella extraña escena. El sacó un cigarrillo y se lo encendió, pero ella le dijo: ¿Vas a fumar? ¡Si los dragones llevamos fuego dentro! ¡No necesitas fumar! Y él poniéndose nervioso, se agitó, se levantó con tan mala suerte de que el cigarrillo se le cayó al suelo mojándose con la humedad de la noche. ¡Era el último que tenía! Le gritó el hombre dragón. Y ella temerosa sacó un chicle y le dijo: ¿Quieres un chicle?, ¿Es de fresa? Dijo él, si, dijo ella aliviada por haber acertado. Entonces él cogió el chicle y se lo comió, ni siquiera lo mastico, simplemente se lo tragó. Entonces ella le dijo que los chicles no se tragan sino que se mastican, a lo que él contestó que hacía lo que le daba la gana. Ella le preguntó: ¿Puedo contarte una historia? “Érase una vez en la que en un lugar muy lejano, una noche en la que el frío se podía cortar con un cuchillo, un hombre y una mujer dragón salieron a pasear. Mientras ella paseaba un hada se le apareció y le dijo que se encontraría con un hombre dragón del que se enamoraría perdidamente, pero él no podría corresponderla porque estaba hechizado y no vería nada más allá de la tozudez y de la amargura. Sin embargo, la dio un antídoto para deshacer el hechizo de aquel hombre dragón: un chicle de fresa. Cuando ambos se encontraron en un banco de esos que se llaman encontrados, donde uno puede mirarse enfrente del otro, de esos que sirvan para mirar y para pensar, entremedias de un árbol llorón y de la luz de una farola, ella le preguntó y él le gruñó, pero ella le ofreció un chicle de fresa y él lo aceptó rompiendo así el hechizo y enamorándose el uno del otro a la luz de una farola.” ¿Quieres que te cuente un cuento? Dijo él: “Érase una vez en la que en un lugar muy lejano, una noche en la que el frío se podía cortar con un cuchillo, un hombre y una mujer dragón salieron a pasear. Ambos coincidieron en un banco de esos que se llaman encontrados, donde uno puede mirarse enfrente del otro, de esos que sirvan para mirar y para pensar, entremedias de un árbol llorón y de la luz de una farola, y los dos pensaron que eran el hombre y la mujer dragón de sus vidas, ella le ofreció un chicle de fresa a él pero él no lo quiso, se levantó y se fue. Y allí se quedó ella con su chile de fresa en la mano al lado de un árbol llorón y de la luz de una farola.” Al terminar él sus palabras, la mujer dragón se levantó y se fue. En ese momento, mientras ella se alejaba, el único gorrión que se había quedado a observar toda la escena empezó a piar. De repente el hombre dragón reaccionó y vio que aquel gorrión imprudente le estaba diciendo que aquella mujer que se alejaba podría no venir todos los martes y jueves como hacia él cada noche, y puede que no volviera a verla nunca más, y puede que fuese la mujer de su vida, y puede que la estuviera perdiendo por su amargura. El hombre dragón se levantó y fue tras ella. Al doblar la esquina, él tocó el hombro de ella diciéndole: El cuento termina cuando el hombre dragón se vuelve imprudente y va detrás de la mujer dragón y le da un beso.
En aquella noche en un lugar muy lejano, en la que el frío se podía cortar con un cuchillo, la sombra de un hombre dragón besando a una mujer dragón se dibujaba en el asfalto húmedo tras la luz de una farola.

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