lunes, 4 de mayo de 2009

Piedras


Otra vez empieza la semana y con ella la rutina. Se acabó el puente, la fiesta y todos los excesos; un puente con unas vistas increibles, Galicia es maravillosa, sus paisajes, su color, su brisa y como no su comida! Unas vistas dignas de postales y de los mejores recuerdos para la mente, y un agrado para la vista y el pulmón. Como decíamos antes, volvemos a una rutina que nunca viene mal ya que en nuestra vida diaria necesitamos un orden para organizar nuestra vida. Y es que tampoco podemos planear con exactitud todos y cada uno de los pasos que damos pero hemos de tenerlos más o menos planeados. La sorpresa es bonita pero por eso se llama sorpresa, porque es algo inesperado, que no esperamos. Como la traición, el enamoramiento, el regalo...un abrazo inesperado. A mi no me gustan las sorpresas, me gusta medir todo lo que hago o debo hacer, aunque parezca un poco maniático, pero no todo se puede tener atado ya que hay cosas que se te escapan de las manos, y a veces es bonito que esto suceda. Parece un poco ambiguo, se me habrá pegado de los gallegos, o de sus meigas que dicen que haberlas hailas, seguro que hay alguna escondida en aquellos benditos paisajes esperando llenar su caldero de magia para hacer la vida más fácil a los demás.




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Allí estaba ella con sus piedras encima de la mesa, atónita sin parar de mirarlas, intentando encontrar una explicación posible, pero no había ninguna, las piedras nunca mentían y aquella vez no iba a ser una excepción. Enfrente estaba Ofelia, desesperada había acudido a los servicios de Aurora para intentar solucionar algo que no tenía solución: un inesperado sentimiento había llegado a su alma y no sabía como afrontar aquello que no entendía ni cabía en su mente. Pero Aurora no podía poner remedio a tan grande amor equivocado. Las piedras habían dicho que ese amor estaba maldito y como maldito había de morir. Un padrastro encaprichado con las faldas jóvenes y bonitas le había arrebatado la inocencia del primer amor. Pero éste surgió como el ave fénix lo hace de sus cenizas al cegarse con César, su medio hermano quien no tardó en enfrentarse a su padre por lo que quería y deseaba tener. Algo imposible de entender pero posible de suceder. Aurora no podía contar la historia que las piedras le habían confiado pero algo debía hacer. Ofelia has de irte lejos de aquí, la dijo, las piedras te lo mandan y hay que obedecerlas. La chiquilla pagó los servicios que la meiga le ofreció. Al cabo de poco tiempo la desaparición de Ofelia y César era un secreto a voces en el pueblo, pero sólo aquella meiga sabía donde se encontraban los jóvenes amantes, pero nunca saldría de su boca el lugar donde sus cuerpos yacían abrazados, imposibles de separar tras la frialdad de la muerte. Las piedras no se equivocaron, podrían haberlo hecho si quizás hubieran seguido el consejo de la meiga, aunque prefirieron asegurar la unión de sus almas para siempre.

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